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miércoles, 27 de marzo de 2013

Timbaler

En unos diez días, si el Santo Jobs desde su acomodo actual en la manzana de Adán lo permite, todo el mundo podrá demostrar sus dotes musicales.
Muy pronto en sus pantallas "Timbaler".
Ilustraciones para APP (2012/2013).

En uns deu dies, si el Sant Jobs des del seu acomodo actual a la poma d'Adán ho permet, tothom podrà demostrar les seues dots musicals.
Molt prompte a les seues pantalles "Timbaler".
Il·lustracions per APP (2012/2013).  

jueves, 21 de marzo de 2013

Mi fabuloso vuelo anual a la Edad Media



Sin duda, un instante mágico. Por el entorno, por la compañía, por lo vivido… Ya se acerca y a mí me sirve, y mucho, para desde el frenesí, desde la algarabía, desde esas mañanas donde respirar hondo la primavera me lleva a llorar de felicidad, encontrar uno de mis lugares en el mundo.
Ilustración para revista (2013).
  
Sens dubte, un instant màgic. Per l’entorn, per la companyia, pel viscut... Ja s’apropa i a mi em serveix, i molt, per des del frenesí, des de l’algaravia, des d’eixos matins de primavera on respirar fons la primavera em porta a plorar de felicitat, trobar un dels meus llocs al món.
Il·lustració per revista (2013).

miércoles, 13 de marzo de 2013

Una estoreta velleta...


¿Qué lleva a convertir una fiesta pagana en religiosa? ¿Por qué de inmediato se vincula ésta a la derecha más rancia? ¿Cuál es la cadena de pensamientos que nos conduce hasta ahí y no nos permite valorar otras opciones, tal vez, más lógicas?

Todo esto y más intentaré descubrir este largo fin de semana que se nos viene encima. Y para ello me infiltraré debidamente camuflado. Quizás no saque nada en claro – es más que probable - pero abandonar la base y desentumecer el Dakota, será suficiente respiro después de tan arduos tiempos.

Al regreso, y con las pilas cargadas, reemprenderemos misiones aplazadas. En especial una que habla francés. Oh, la, lá!

Portada de revista (2012).

 

Què ens porta a convertir una festa pagana en religiosa? Per què de immediat es vincula aquesta a la dreta més rància? Quina és la cadena de pensaments que ens condueix fins aquí i no ens permet valorar altres opcions, tal vegada, més lògiques?

Tot açò i més intentaré descobrir aquest llarg cap de setmana que ens cau al damunt. I per allò m’infiltraré degudament camuflat. Tal volta no traga res en clar – és més que probable – però abandonar la base i desentumir el Dakota, serà suficient respir després de tant ardus temps.

A la tornada, i amb les piles carregades, reprendrem missions ajornades. En especial una que parla francès. Oh, la ,lá!

Portada de revista (2012).

sábado, 2 de marzo de 2013

Mil Dioses, cien pueblos, una sola tierra (VI)



BARATPHUR
En casa del Maharajá

Cargados de maletas y bolsas cruzamos el hall. Al pasar frente al mostrador de recepción alguien corre hacia nosotros. Es nuestro amigo, el sij de la noche anterior. Viste pantalón vaquero, camisa azul y, esta vez, un turbante del mismo color marino. Caballeroso, se disculpa de nuevo con nosotros por lo sucedido. “No problem” respondemos siguiendo el hábito local. Argumenta que era una noche especial para ellos pues era el fin del congreso y excusa a sus paisanos por la falta de costumbre con el alcohol. Entrechocamos manos.
Khan, pulcro, espera junto a la puerta abierta del vehículo. El trayecto es breve. En nada estamos ante los ajados portones de Keoladeo, un parque natural en el que D. va a quedarse. Nos encontraremos de nuevo, en pocos días, en Jaipur. D. soporta poco las ciudades y algo menos a la mayoría de los humanos. Viendo su destino, va a estar en su paraíso entre bichos y envuelto por la jungla. Un sincero abrazo nos despide y mientras vemos su esbelta figura internarse en el parque, Khan enfila Baratpur. Es nuestro siguiente destino y lugar de paso para fragmentar el largo viaje hasta la ciudad rosa. Hemos elegido como alojamiento un gran Haveli – todavía desconocemos la definición exacta del término - que domina la zona. Las villas que vamos recorriendo nos ofrecen sin excepción una conocida imagen. Si al principio ese caos llamaba lo suficiente la atención como para lanzar fotografías en busca de detalles perdidos, con el paso de los días todo es monotonía y tedio. La suciedad campa a sus anchas. Los tenderetes amenazan con desmoronarse a cada instante. Locales oscuros con persiana metálica bañada en óxido y aparente indefinición de actividad, salpimientan la ruta. A cuarenta grados, los hombres, con tristes y apagados jerséis, llevan una pequeña toalla depositada en su hombro con la que secan su sudor. Junto a ellos pero sin mezclarse, indiferentes y escasas, las mujeres, en contraste, pasean sus coloridos saris y, cargadas de enormes joyas de plata labradas de manera barroca, cubren sus rostros cada vez que intento lanzar una foto.
Muy pronto estamos ante las puertas del Haveli. Su exterior muestra una gran muralla con puertas metálicas que se abren a un extenso pero pobre jardín. Khan nos dice que estamos en nuestro destino. Le pregunto que más hay en la ciudad para ver. Su respuesta es contundente. “Nada”. Nada que ver, insiste. Perplejo le digo si no hay ningún lugar peculiar, una zona de copas o restaurantes, cualquier cosa además del Haveli. Me señala las casas que hay frente a nosotros. Todo me parecen ruinas. Y sigue con su gesto hasta abarcar toda la ciudad. Esboza una sonrisa y queda en recogernos por la mañana. Comienzo a sospechar que tiene una visita ineludible que hacer. Asiento con la cabeza y descargo equipajes. P. ya tiene a su alrededor un grupo de niños con desvencijadas bicicletas. La saludan en repetidas ocasiones en busca de llamar su atención. Entramos en el recinto y los zagales nos miran desde la puerta. Me sorprendo visto el descaro que usan normalmente. Nadie cruza la puerta a pesar de que las rejas están abiertas de par en par. Nos registramos en el hotelito y aprovecho para preguntar que tipo de construcción es aquella. Son las antiguas casas de veraneo de los maharajás que el gobierno ha obligado a convertir en hotel ante la amenaza de expropiación. Sus argumentos nos van situando algo más pero yo sigo con mis dudas.
La habitación es sobria. Tiene escaso encanto. Esperábamos, quizás, algo más autóctono. Eso sí, en el edificio central, hay un magnífico patio interior donde dedicar tiempo a la lectura. Después del ajetreo de los días previos, no nos vendrá mal algo de relax. Durante la comida departimos – con nuestro mal inglés – con el encargado de servirnos. Es, como todos los indios, muy curioso. Sus preguntas versan sobre nuestra forma de vida en general tan distinta de la suya.
La tarde es plácida, muy española. Por primera vez en mucho tiempo en tierras de Baratpur a la implantación obligatoria de la siesta, sigue la lectura de clásicos del polar francés, y a ésta, un largo paseo por las tierras del propio Haveli definidas por la contundente muralla.
La noche cae. Cenamos en el mismo patio, que ahora está iluminado por velas. Las ardillas corretean a nuestro alrededor en busca de las migajas que queramos compartir. Muy cerca, en otra mesa, un joven hindú, el único huésped además de nosotros, come en solitario. Aunque intenta ser discreto, continuamente, nos mira de reojo. Finalizada la cena, uno de los camareros nos comenta que el hindú quiere compartir sobremesa con nosotros. Ningún problema. Sentado junto a nosotros, con la ayuda de nuestro escaso inglés y de una hoja de papel y un lápiz en el que iré dibujando detalles de la conversación, iniciamos nuestro diálogo. Es el dueño del Haveli. Su padre en realidad lo es. Él está allí esa noche porque ninguno de sus amigos ha querido acompañarle a Delhi para una noche de fiesta. Curioso, le comento acerca de lo que nos han dicho sobre el origen de aquella edificación. Nos lo confirma punto por punto. Su familia debió reconvertirla bajo pena de quedarse sin ella. Mi pregunta, la que me reconcome desde el principio del viaje, es sencilla ¿aún hoy en día existen Maharajás? Mirar hacia la vieja Europa, con sus reyes y nobles vestigio de otras épocas, debería haberme hecho evitar la cuestión, pero mi impresión sobre los Maharajás es mucho más exótica y se convierte en una duda razonable. Su respuesta, no por obvia, deja de sorprenderme. Su padre es el Maharajá de Baratpur. Risas seguidas de nuevas preguntas y respuestas.
Se interesa por nuestro periplo. Le explicamos. Nos comenta que querría hacer el inverso y visitar Europa. Le advertimos que es un viaje caro. Se ríe. “No problem”. El dinero nunca es problema para él. Seis mil euros no son nada. Apenas calderilla. Y seis mil euros en rupias parecen una barbaridad. Su problema es otro. Si quiere viajar, no puede hacerlo acompañado por una chica. Salvo que se case con ella, claro. Y para que esto suceda, son sus padres quienes deberán elegirla. Nos cuenta que con veintiocho años ya es mayor para seguir soltero, pero que no le gustan nada esas costumbres. Así las cosas se conforma con huir de un sitio tan aburrido como este a la capital y allí, disfrutar de los locales de moda en la noche de Delhi. Imagino que también, previo pago o no, de esporádicos encuentros sexuales. Le inquiero sobre cuál es su distracción en una ciudad con tan poco atractivo como esta. Su respuesta vuelve a ser obvia cuando nos señala. Los turistas que visitan su Haveli.
Como todos nos sentimos a gusto y nuestros gintonics han tocado fondo, nos propone celebrar su recién cumpleaños, ayer, con champagne. Nos parece bien, pero me ofrezco a ser yo el que pague la ronda pues hoy mismo, casualidades, es el aniversario de P. Por su gesto no le parece una gran idea. ¿Es un desprecio mío? Es o parece. No sé lo que supone enojar al hijo del Maharajá pero cedo a su voluntad. Apenas palmea cuando tres de los empleados del Haveli, han puesto a nuestra disposición copas, cubitera y champagne. Para nada estoy cómodo con tantas reverencias. Mucho menos con la despótica actitud de nuestro anfitrión hacia estas gentes. Sus maneras chocan de forma llamativa con el educado trato que a nosotros nos dispensa. Tampoco quiero mostrarme descortés y acepto aquella actitud como parte del trato no firmado por conocer algo más de la idiosincrasia del país. La noche avanza y la conversación cada vez es más fluida. Tras una primera botella, cae una segunda e iniciamos una tercera. Durante la velada, pasamos de un coqueteo leve del joven con P., al intento de compra de su teléfono móvil. Un modelo nuevo que allí no ha llegado ni por asomo y con el que podría impresionar a sus amigos de la capital.
Las estrellas se perfilan sobre nuestras cabezas cuando decidimos, por mutuo acuerdo cerrar la tertulia.
Amanece y temprano nos levantamos. El camino será largo y no conviene perder tiempo. El desayuno es imperial. Acorde con los merecimientos de los nuevos amigos del Maharajá. Comentamos trivialidades con el empleado que nos sirve – uno de los que estuvo atento a nuestras demandas la noche anterior – y poco después salimos cargados de nuestras maletas por el largo camino hacia la entrada. Una voz nos detiene. Es nuestro partenaire. Pensamos que viene a despedirnos tras lo compartido. Su actitud es otra. Arrogante nos pregunta de qué hablábamos con su empleado. Nos sorprende. Le respondo que no es de su incumbencia pero que simplemente se trataba de una conversación banal. No parece muy convencido. Detrás suyo, en una de las puertas de servicio del Haveli, la cabeza de aquel otro hombre nos mira asustado. Miro al joven hindú que sigue con su pose desafiante. Tomo las maletas y hago un gesto a P. para que se ponga en marcha. “Good Bye, Sir” farfullo mientras recorro el camino dejando a mis espaldas al hijo del Maharajá. Sospecho que, desde ese instante, los adoradores de la diosa Khali tiene permiso concedido para, cualquier noche en cualquier callejón, estrangularnos. ¿Qué diablos? Mucho peor lo tuvo Cary Grant en Gunga Din y se salió con la suya.